CRITIQUE LITTÉRAIRE : « La dernière pavane » / « El útimo baile » par Ana Herrera
Crítica literaria de La dernière pavane -El último baile-, de Monique-Marie IHRY
El clamor de la naturaleza en un tiempo de amor y muerte
“Nuestro amor fue, desgraciadamente, como una flor frágil y efímera en el verde prado de la inocencia”. La dernière pavane.
He tenido la suerte y el inmenso placer de traducir este hermoso libro escrito en lengua francesa, y en cada una de sus páginas he encontrado un universo de colores presente en sus palabras, en sus personificaciones, en sus bellas metáforas y comparaciones, en las sensaciones sinestésicas que nos ofrece la descripción de la naturaleza a través de sus estaciones temporales, en sus sentimientos y emociones, en la pasión que la autora pone al escribir.
Se abre este magnífico poemario en prosa poética, La dernière pavane -El último baile, de Monique-Marie Ihry, con un texto que lleva por título “Aniversario”. Un texto que celebra el nacimiento de un amor y al mismo tiempo llora la muerte de la persona amada. Momentos de felicidad y dolor simbolizados en la calle de una ciudad lorenesa, en un día de lluvia otoñal y al amparo de un paraguas.
Pregunta un dicho popular: ¿Qué pasa cuando se abrazan el amor y la muerte? Nos responde en este caso la voz poética: “Y cae la lluvia, lluvia incesante sobre mi corazón tan enamorado como antes…”.
El Canal del Midi, con sus plataneros y sus viñas, sus flamencos rosas, sus pintores y pescadores de caña, sus barcos silenciosos, sus dorados ramajes, hace honor a un otoño que despliega su belleza y perturba la mirada: “Es la dorada estación en la que la aurora se desviste, cuando el viento susurra al alba dentro de poco desnuda la canción de los amores y cae una hoja”.
El recuerdo de aquel amor de juventud queda unido para siempre al renacimiento de la primavera, mientras que el otoño con sus “arbustos tristes y desnudos” se convierte en la imagen de la ausencia: “El amor, los besos se han callado”. Pero queda ese parque y ese banco donde el yo poético encuentra consuelo: “Me dirijo hacia el parque, me siento en nuestro banco y saboreo estos últimos instantes serenos en tu feliz recuerdo, amor mío”.
Las rosas y las dalias, las hojas, los lirios, los crisantemos, los árboles, las ramas, los tilos, los álamos adormecidos, los pinos marítimos, el roble, las ardillas, los pájaros, el alba, el crepúsculo, los rayos de sol, las nubes, la luna, el mar, el campanario de la iglesia con su toque de muertos, el campo solitario, los caminos, los trigos, el cielo, el viento, la laguna, la bruma, la lluvia, el lodo, los dorados, el gris, el frío, las lágrimas, los días, las almas, el corazón, los brazos, el baile, la lira, la flauta, el frío, la escarcha, el último suspiro, el último beso, septiembre y noviembre, la nostalgia y la melancolía, la pena, la esperanza y la desesperanza, la soledad, los recuerdos, los poemas, el libro, la contemplación de la belleza, la muerte y el amor…, se convierten en elementos imprescindibles en el juego poético de esta exquisita voz.
Y siempre cuenta, la poeta, un otoño más, un otoño que se lleva “ese tiempo orlado que se fue para siempre”. Los tópicos literarios del “Tempus fugit” y “Ubi sunt” se desgranan entre las líneas magistrales del poemario. Las estaciones pasan, corren, vuelan, pero sigue “la interminable noche en el vacío infinito de la ausencia”.
“Navegaban las aguas tranquilas del canal del Midi” y reluce la sonrisa del recuerdo en el sujeto poético: “Era un domingo contigo, mi amor”.
El broche de oro de estas páginas de luz lo pone un magnífico poema, “Cuando tú ya no estés”, donde la autora, en su pena, recorre los espacios que ya no pisarán juntos, para seguir cantando: “Un día, paralizada de cansancio, abandonaré la página infinita de mi soledad y partiré para encontrarme contigo en una bella mañana de luna”. La muerte, que desencadena la ausencia, se encargará de reunir a los amantes por siempre en una nueva primavera.
Es importante destacar asimismo la magnífica ilustración que Monique-Marie IRHY nos ofrece en la portada, fruto de su creación y de su brillante ingenio como ilustradora y pintora. Una ilustración interior, en blanco y negro, complementa de manera sublime su dominio de la palabra.
Naturaleza, amor y muerte fueron las luces que iluminaron el Romanticismo del XIX. Así lo expresaban poetas y escritores como Bécquer en sus “Rimas” y “Leyendas”, Espronceda en la “Canción del pirata” y el “Canto a Teresa”, el Duque de Rivas en “ Don Álvaro o la fuerza del sino”, Zorrilla y su inmortal “Tenorio”, Rosalía de Castro, Larra, …, citando a los de España, y otros como Rousseau, Madame de Stael, Chateaubriand, Lamartine, Vigny, Nerval, Gautier, Victor Hugo, Musset, Dumas, Leopardi, Manzoni, Wordsworth, Coleridge, Lord Byron, Shelley, Keats, Walter Scott, Goethe, Schiller, Hölderlin, Novalis, Heine, Blake, Oscar Wild, Emily Brontë, Jane Austen, Allan Poe, Pushkin, Jorge Isaacs, Esteban Echeverría, José Mármol…, grandes genios de la literatura del mundo. La literatura universal y atemporal está impregnada de romanticismo, recordemos sí no a Shakespeare, Hartzenbusch o Fernando de Rojas en la declaración sublime de Calisto a Melibea: “Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo”.
Naturaleza, amor y muerte impregnan también las páginas de este poemario que nos atrapa en su oscuridad y su esplendor. Mis más sinceras felicitaciones a la autora.
Ana Herrera